Si alguna vez has sentido que toda tu vida sufrió un desarraigo y no tienes la menor idea de cómo vas llegar hasta el día de mañana, cobra ánimo del Roble de Turner, un árbol gigantesco de 16 metros de altura que fue plantado en 1798 y hoy prospera en los Royal Botanic Kew Gardens al sur de Londres. En los años 80 del siglo pasado se veía enfermizo y daba la impresión de que no sobreviviría.
Este año hemos sido testigos de un trance inédito en nuestra vida: una proporción sin precedentes de la población mundial se ha visto gravemente afectada por la crisis de salud producto del COVID-19. Muchos todavía no se reponen y sufren aún las repercusiones de la pandemia.
En vista de que se han escrito miles de páginas sobre el tema del estrés me preguntaba si podía aportarle algo nuevo a alguien que se las ve en esa situación. Seguramente que no. Yo mismo todavía me veo lidiando con esa horrenda bestia que intenta abatirme y despojarme de la alegría de vivir.
¿Alguna vez te pareció que para poder cumplir con tus propias expectativas y las que los demás tienen de ti te tocaría trabajar a pesar del cansancio, haciendo caso omiso del estrés, y que aun así no darías la talla? Las exigencias siempre superan los recursos. El solo hecho de pensar en eso ya es estresante. Sin embargo, es precisamente bajo ese estrés que vivimos la mayor parte del tiempo.
Uno de mis juegos preferidos consiste en desarmar cosas. Se trata de un juego de alto riesgo, pues por muy bien que lo estés haciendo, todo puede echarse a perder muy rápidamente y ahí se acaba la partida.
A lo largo de los años mi mochila ha sido duramente maltratada. La he expuesto a un sol inclemente y a lluvias torrenciales, tanto en mi barrio como en viajes al extranjero. Me ha acompañado en labores humanitarias y también en mis vacaciones. De hecho, dondequiera que fui, mi mochila fue conmigo.
La Navidad es un momento ideal para compartir, reunirse con viejos y nuevos amigos y redescubrir la importancia de la familia y la espiritualidad. Al mismo tiempo, esta temporada de fiestas puede ser muy ajetreada y hasta desesperante si no manejamos bien los tiempos y los ritmos. Si lo sabré yo.
¿Se han dado cuenta de que es raro encontrar a alguien que, con el corazón en la mano, te diga que lleva una vida equilibrada? Es decir, que mantiene un sano equilibrio, un justo medio, entre el plano laboral, familiar y espiritual, y entre sus quehaceres cotidianos y sus necesidades personales? El antiguo ideal griego de la dorada medianía.
Si bien a veces es inevitable que nos enfermemos, buena parte del tiempo podemos mantenernos sanos pese a los constantes embates de virus y bacterias que atentan contra nuestra salud. Ese milagro cotidiano se lo podemos agradecer a nuestro sistema inmunitario, creado por Dios.
Nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo.1 Dios nos ha encargado que cuidemos bien de él y que en ello seamos constantes. Jesús pagó el máximo precio para hacernos Suyos. Debemos, pues, demostrarle nuestra gratitud invirtiendo en nuestra salud. Cuidar bien de nuestro cuerpo y resguardar nuestra salud es consecuencia natural de amarnos a nosotros mismos y valorar el don de la vida que Dios nos ha proporcionado.