En cierta ocasión hicimos una excursión en familia hasta la cima del pico Pikes, uno de los más altos de las Montañas Rocosas. A unos 4.200 metros sobre el nivel del mar nos deleitamos con increíbles vistas de lagos, formaciones rocosas, bosques y altas montañas en los cuatro puntos cardinales. Toda aquella escena quedó grabada en la memoria colectiva de nuestra familia, para evocarla una y otra vez.
Ha pasado casi medio siglo desde que Neil Armstrong declaró el 21 de julio de 1969: «Es un pequeño paso para un hombre, pero un salto gigantesco para la humanidad». Fue un momento memorable, la primera vez que un ser humano ponía pie en la superficie de la Luna.
La pericia tecnológica llevó a la tripulación de Apolo 11 donde nunca nadie había llegado. Es difícil imaginar los pensamientos y las emociones de los astronautas y sus familias. Sin embargo, cuando el módulo lunar acababa de posarse se produjo un hecho sorprendente, poco divulgado, pero muy revelador.
Aún recuerdo el día en que te formé. Escogí con minuciosidad cada talento, cada don, cada característica, cada fibra de tu ser, hasta obtener la combinación exacta que quería y hasta que cada detalle quedó perfectamente dispuesto para cumplir Mi propósito.
Recuerdo también el momento en que te insuflé aliento de vida. Sentí un amor tan intenso que no pude contenerlo, pues sabía cuánta felicidad me ibas a brindar; y no solo a Mí, sino también a todas las personas con que te tropezaras en el largo camino de la vida.
Peter y yo nos tomamos unos días de descanso en un pequeño balneario. Cierto día, a la caída de la tarde, iba yo paseando por la playa cuando de pronto alcé la vista y me encontré con un deslumbrante cielo arrebolado.
Las nubes dispersas comenzaron a teñirse de tonos durazno, violeta y oro, contrastando con el fondo azul intenso del cielo. A mí me encantan todos los atardeceres; pero de cuando en cuando he presenciado alguno que otro tan, pero tan sobrecogedor que no pude quitarle los ojos de encima. El Gran Pintor desde luego captó mi atención con ese. Era como si estuviese vertiendo luz líquida de colores en cada nube. Los diversos matices las iban llenando hasta que parecían desbordarse. Se difundían en espléndidos torrentes, remolinos y volutas, formando un caleidoscopio vivo en permanente movimiento.
Salmo 148:1–13
1 Alabad al Señor desde los cielos;
alabadle en las alturas.
2 Alabadle, vosotros todos Sus ángeles;
alabadle, vosotros todos Sus ejércitos.
¿Disfrutas de los paseos primaverales por campos de flores silvestres, de los días estivales de ocio en la playa o junto a una piscina, de los colores intensos y los aromas profundos del otoño, de los vastos paraísos invernales y los deportes que en ellos se practican? Paisajes de montaña, pampas y grandes espacios abiertos, espesos bosques, misteriosos mundos submarinos… Dios es quien lo hizo todo posible, desde lo infinitesimal hasta lo infinito.
Mi hijo Anthony es un chiquillo muy despierto, muy activo, de apenas tres añitos. Le encanta aprender cosas. Hace un tiempo, su tema preferido de conversación eran los rayos. No se cansaba de hablar de las tormentas, de que algunos edificios se incendian cuando les cae un rayo… Cuando le dio por escenificar todo eso con sus figuritas de Playmobile y de Lego, procuré canalizar positivamente sus pensamientos y sus energías enseñándole, por ejemplo, que Benjamin Franklin inventó el pararrayos para evitar esos desastres.
Estaba mirando un árbol por la ventana y me detuve a pensar en lo hermoso y perfecto que es. Produce exactamente lo que Dios ha dispuesto. Florece y da fruto. Es fuerte, espléndido y cumple su misión en la vida. Un árbol refleja la perfección de la creación de Dios. Por más que le caiga un rayo, que sea abatido por una tormenta o talado, sus raíces echan nuevos retoños, producen nueva vida. Es fascinante, ¿no te parece?
Dios hizo los bosques, las diminutas estrellas y los vientos desenfrenados. Creo que en parte los hizo para equilibrar esa forma de civilización que iba a ahogar en nuestro corazón el espíritu de alegría. Hizo los grandes espacios abiertos para la gente que quiere estar a solas con Él y hablar con Él, lejos de las multitudes que acaban con toda reverencia. Y creo que a veces se alegra de que nos olvidemos de nuestras preocupaciones y deberes para que intimemos más con Él, como hacía Jesús cuando se iba sigilosamente al desierto para rezar.
Margaret Elizabeth Sangster
Interroga a los animales, y ellos te darán una lección; pregunta a las aves del cielo, y ellas te lo contarán; habla con la tierra, y ella te enseñará; con los peces del mar, y te lo harán saber. ¿Quién de todos ellos no sabe que la mano del Señor ha hecho todo esto? En Sus manos está la vida de todo ser vivo, y el hálito que anima a todo ser humano.—Job 12:7–10 (NVI)