Había encarado y vencido a los demonios de la inseguridad y el temor al fracaso. Me había lanzado a las profundidades, tomando pluma y papel para escribir mi primer artículo inspirativo.
Al terminar, lo leí varias veces. Bastante contento con mi modesto esfuerzo, lo envié a una revista mensual con la esperanza de que me lo publicaran.
¿Alguna vez se te ocurrió empezar a practicar un deporte, aprender a tocar un instrumento musical o simplemente salir de tu zona de comodidad y hacer algo nuevo y diferente? ¿Te sucedió que aunque tenías las ganas, siempre había algo que te impedía hacerlo? Pues bien, te contaré algo breve que me pasó a mí.
Otra larga jornada laboral tocaba a su fin. En mi primer semestre como profesora de inglés cada día se me presentaban múltiples pruebas y obstáculos que no lograba superar. No sé por qué, pero los conceptos que intentaba hacer entender a mis alumnos les resultaban esquivos. Por eso gruñía después, cuando tenía que revisar sus exámenes. El director del colegio me había comentado que mis alumnos no estaban haciendo suficientes progresos en su inglés. Los padres se quejaban de mi metodología de manejo del aula. Es decir, era un fracaso en todos los aspectos de mi trabajo.
Una mañana entré en la sala de mi profesor de música para comenzar una clase de violín y noté que había dos instrumentos sobre la mesa. Enseguida me atrajo el primero, que se veía nuevecito. Un violín nuevo es digno de admirar, con sus finas curvas, la superficie satinada y sin rayones, que brilla a la luz, y una voluta cautivadoramente contorneada con sus clavijas aún chirriantes.
Cuando egresé de la universidad estaba decidida a ser traductora profesional a plena dedicación. Durante cuatro años dediqué todo mi tiempo libre a estudiar mi par de idiomas y tomar cursos de traducción. Me fascinaba la estimulante y a la vez exigente tarea de traducir significados de un idioma a otro y ya desde hacía varios años había sido traductora voluntaria.
Un elemento clave en nuestro afán de llegar a parecernos más a Cristo es imitar Su humildad. En el mundo antiguo greco-romano la humildad se consideraba un rasgo negativo. Denotaba una actitud servil de parte de un individuo considerado de clase inferior. Se la asociaba con una actitud amilanada, de auto menosprecio o degradación. La cultura del honor y la vergüenza que imperaba por entonces exaltaba el orgullo, mientras que la humildad era vista como indeseable.